La humanidad ha puesto satélites en órbita desde hace décadas, y en la actualidad existen miles de ellos sobre nuestras cabezas. Muchos de estos son empleados para las telecomunicaciones, otros en la realización de mapeos y estudios científicos. Incluso algunos pueden ser visibles desde la superficie y, también cabe recordar, que diversos de estos dispositivos son empleados con fines militares en misiones secretas.


Sin embargo, existe un supuesto satélite conocido como “Black Knight” – o Caballero Negro, en traducción libre – que sería de origen extraterrestre y estaría orbitando nuestro planeta desde hace 13,000 años. Y hay más: según la leyenda, las señales transmitidas por el dispositivo serían, en realidad, una especie de mapa galáctico enviado a una civilización extraterrestre.

El nacimiento de una leyenda.

Según lo que se sabe sobre el Black Knight, el mito tiene comienzo en el año de 1899 con Nikola Tesla, cuando el científico interceptó señales rítmicas a través de un dispositivo de radiofrecuencia que él mismo construyó. En la época, Tesla habría declarado públicamente que crecía que la señal provenía del espacio y que había sido enviada por una civilización alienígena – potencialmente una raza con sede en Marte.

En 1920, operadores de radio habrían captado la misma señal extraña y, más tarde, en 1928, científicos que llevaban a cabo experimentos con transmisores de onda corta en Oslo, Noruega, también se encontraron con la señal. En 1954, algunos periódicos – entre ellos el San Francisco Examiner – llegaron a publicar un supuesto anuncio hecho por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos sobre el descubrimiento de dos satélites que orbitaban la circunferencia terrestre.

Sin embargo, lo más intrigante fue que cuando este anuncio se publicó, ninguna nación del planeta había puesto algún satélite en órbita nunca – el primero fue el Sputnik 1 en 1957, hito que marcó el inicio de la carrera espacial durante la Guerra Fría. Además, según los informes, el Black Knight presenta una órbita polar, y los satélites con este tipo de trayectoria sólo comenzaron a lanzarse hasta los años 60.

Evidencias.

En el año de 1960, tanto soviéticos como estadounidenses ya habían puesto satélites en órbita. Sin embargo, analistas que laboraran para un programa de monitoreo por radar del gobierno norteamericano detectaron un objeto que, hasta donde se sabe, no pertenecía a ninguna de las dos potencias espaciales. Este dispositivo tenía un periodo orbital de 104.5 minutos y su órbita era bastante excéntrica, con un ápside de 1,728 kilómetros y un periapsis de 260.

En ese tiempo, la Marina norteamericana se encontraba rastreando un fragmento de un satélite de reconocimiento del programa Corona que se había perdido durante el lanzamiento en una órbita semejante, pero cómo las trayectorias no coincidían con exactitud, la teoría sobre el Black Knight siguió con vida. La revista Time llegó a publicar un artículo semanas después informando sobre la identificación del fragmento pero la historia sobre el objeto extraterrestre era más interesante y ganó mucha más notoriedad.

Tiempo después, en 1963 para ser exactos, el Black Knight fue avistado por el astronauta Gordon Cooper, durante su 15ª órbita a bordo del Mercury 9, y otros 100 testigos de la NASA que acompañaban la misión a través de radares en una base en Australia. En esta ocasión, la explicación oficial fue que, tras unos problemas con los equipos electrónicos de la nave, Cooper había inhalado demasiado CO2, lo que resultó en alucinaciones.

Un mapa estelar.

Diez años después, en 1973, el escritor escoces Duncan Lunan se decidió a descubrir la verdad sobre el misterioso satélite y analizó una serie de datos que obtuvieron los científicos noruegos en 1928. Lunan llegó a la conclusión de que las señales, de hecho, formaban una especie de mapa estelar que apuntaba a Izar, una estrella binaria localizada en la Constelación de Boötes.

Según la teoría de este escritor escoces, las señales estaban siendo transmitidas a los habitantes de Izar mediante un objeto de 13 mil años de antigüedad posicionado en uno de los puntos de Lagrange de la Tierra. Y, para alimentar aún más la historia sobre el misterioso satélite, en 1998, durante el primer vuelo del Endeavour hacia la Estación Espacial Internacional, astronautas a bordo del transbordador espacial hicieron un montón de fotos de un extraño objeto que, de hecho, estuvieron disponibles en el sitio de la NASA durante un buen tiempo.

¿Misterio develado?

El argumento que exponen los más escépticos, a pesar de la evidencia que parece apuntar a la presencia de un satélite de origen sospechoso – que hace casi 13 mil años se encuentra en órbita– alrededor de nuestro planeta, es que la leyenda sobre el Black Knight es el resultado de una serie de historias azarosas. En verdad, se piensa que es producto de diversas informaciones que han sido “pegadas” para formar una especie de leyenda frankensteiniana.

La historia sobre Nikola Tesla interceptando señales anómalas provenientes del espacio es real, así como el hecho de que el científico creía que éstas habían sido enviadas por extraterrestres. Sin embargo, actualmente los astrónomos creen que lo que Tesla captó probablemente fueron las señales emitidas por pulsares – estrellas de neutrones que presentan radiación electromagnética y que no fueron descubiertas sino hasta el final de la década de los 60.

Respecto a las noticias sobre la detección del objeto por radares estadounidenses en los años 50, más tarde esta información fue asociada a la promoción de un libro de ciencia ficción publicado por el autor Donald Keyhoe, que era bastante próximo a los tema sobre ufología.

Después, en la década del 60, cuando los rumores sobre el Black Knight volvieron a circular, los Estados Unidos y la Unión Soviética se encontraban en plena Guerra Fría. Por lo tanto, si existieron proyectos que involucraban espionaje militar por medio de satélites – y tales existían–, ninguna de las naciones nunca lo admitirá.

Incluso Duncan Lunan retiró sus afirmaciones después de descubrir que había hecho su análisis basado en una base de datos incorrecta. Además, Lunan afirmó que jamás relaciono sus conclusiones con objetos no identificados orbitando sobre la Tierra. Y, para terminar, con relación a las fotos tomadas por los astronautas del Endeavour en 1998, los escépticos señalan que tras un análisis más cuidadoso, la conclusión es que el objeto no pasa de un mero trozo de basura espacial.
 
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